Two poems : translations into Swedish and Icelandic

Icelandic    Svenska

Esta masa triste y gris de arena
que hace de mi tono de voz
una sustancia demasiado áspera
para el gusto de los muchachos
de nada me ha servido explicarles
que las palabras asfixian
que dentro de mí no hay un hombre
con la manía de verlo todo desde el sentido contrario

Me toca a mí retocar los paisajes
esconder en los pétalos de refinados giros
una voluptuosa geografía
hermosas tierras
cumbres nevadas
y un anuncio de Pepsi
que me quitará la sed

Buses de turistas buscan la ciudad perdida
en perdidos sombreros
que los protegerán del sol
o de sí mismos

Me protegerán a mí de verlos
podré reptar junto a ellos
su dificultad color safari
buscando comida rápida
para salir rápido del desafío que significa llegar hasta aquí
sin derramar ni una sola gota de sudor?

Me tocará a mí
la guía
explicarles
un asterisco más en el mapa?

Les venderé una aventura

los jubilados me lo agradecerán
les ofreceré una tragedia
y los más jóvenes me pedirán más sangre

Este país
que disciplinadamente mutilo
y empacho de nubes de polvo

Este país
que me hace hablar de piedras sueltas
que ahora lanzan los que poco a poco van acercándose
con sus carteles a la plaza

Me bastará con explicarles que no se trata
de una enfermedad
sino simplemente de mi voz
aguardentosa
ardiente.

 

 

Hakaniemen tori (Plaza de Hakaniemi)

Buscaré el sol, me reuniré con los de siempre, me reconoceré en los desempleados que del café no pasan. Aquí estoy de nuevo, explicándome desde las manos, intentado retratar en pocas palabras la naturaleza de un desierto que por ratos siento que solo yo sé de su existencia. Un largo y pobre desierto de lado del mar. Las olas llevan y traen la ausencia del color, hermosas aves y a veces basura. Una ciudad de espaldas a los Andes que en palabras de estos jubilados solitarios suena como un Macondo irreal y maravilloso. Pero la luz ni mi finés me dan para explicar tanto enredo, semejante mezcolanza, el menjunje de sentimientos distancias y guerras fratricidas que es el Perú.

Helsinki se transforma en una ciudad de cristal sobre la cual patino, quebradiza, frágil. Helsinki limpia como la sala de un hospital, dama incorruptible y con la frente en alto, se me hace agua en la boca. Me despido de los viejos muchachos que amenizaron las tardes ardientes del Sindicato del metal, ellos escriben sus memorias, yo estoy a medio camino de un viaje que aún no sé si ya ha terminado. El día vuelve a ser un muchacho que lleva pasamontañas y se ajusta la cabellera en su larga gabardina de cuero. Esquivo a los odiosos carritos que recogen la nieve, descubren los lados más miserables de las aceras, en su lugar siembran piedrecitas para evitar que los ancianos y despistadas como yo resbalen. La ciudad queda en borrador. Algunos de los grafitis que dejé en mi ciudad deberían de tener una pared aquí.

Escribo lo que el silencio tatúa en mi mente, escribo sobre lo que el heavy metal de la radio del vecino, que nunca le veré la cara, deja flotando en el aire. Reconozco los golpes de pared de la anciana que no soporta el ruido que hacemos dos sudamericanas al andar y reír. Me interno en su bosque como en un tracto digestivo que evita degustar los sabores más ácidos.

Me interno en el bosque sin usar zapatos de bosque. Recojo fresas sin usar repelente para ahuyentar mosquitos. Atravieso la nieve en tacones con la esperanza de ir muy lejos. El bosque es y seguirá siendo un misterio para mí. A veces me imagino recolectando hongos en un mar de abedules sedientos de lluvia. Otras veces recolecto bayas con un grupo de muchachas estonias que no confundirían como yo una fruta venenosa con una comestible. Pero todo esto es una ficción, porque nunca recogí hongos ni mucho menos me atreví a recolectar bayas. Mi resistencia levantó sus paredes en la ciudad.

Aun el paisaje me parece parte de una corriente misteriosa de siluetas y formas de árboles que no se han movido de su sitio en años. Aprendí a hablar del verano con ilusión. La misma ilusión con la que ahora me abandono a la voluptuosidad de las olas de Lima, al ansia de los colores que en versos de Edith Södergran es el de la sangre.

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Roxana Crisólogo
Photo: Jaime Culebro
Post imported from Nolitch X

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